De hecho, lo que le preocupaba era reunir el resto de sus fuerzas en el cruce de Quatre Bras para atacar a las fuerzas francesas del mariscal Ney que se le habían opuesto el día anterior. Tras haber escrito a las autoridades de Bruselas para confirmar su intención de atacar al enemigo, Wellington había cabalgado de vuelta al campo de batalla con su numeroso séquito de oficiales de estado mayor. Alcanzaron Quatre Bras en torno a las 5.00 y en menos de una hora se unió a ellos el príncipe heredero de Orange-Nassau. No se había recibido información alguna del alto mando prusiano y, tras reconocer las posiciones francesas en su flanco izquierdo, Wellington llegó a la conclusión de que la línea de comunicación con sus aliados, en Ligny, había sido cortada. En consecuencia, envió al honorable sir Alexander Gordon, su primer ayudante de campo, con una escolta de jinetes pertenecientes al 10.º de Húsares, para que contactara con los prusianos y averiguara cuál era realmente la situación.
Se inicia la retirada
El general barón Jean-Victor de Constant-Rebècque, a la sazón jefe de Estado Mayor del príncipe heredero de Orange-Nassau, describió lo que sucedió a continuación en su extensa narración de la campaña de Waterloo:
«En torno a las 9 en punto de la mañana, el coronel Gordon, que había sido enviado por el duque para obtener noticias de los prusianos, volvió e informó de que el mariscal de campo Blücher se estaba retirando a Wavre, donde establecería su cuartel general esa noche. Los mensajes que había mandado al duque al final de la tarde habían sido interceptados por el enemigo. Tras recibir estas noticias, el duque, que estaba sentado detrás de la granja de Quatre Bras, dictó las órdenes de marcha al coronel DeLancey [intendente general en funciones]. En ellas se especificaba que el ejército debía ponerse en movimiento a las 10 para posicionarse frente a Waterloo, donde el duque establecería su cuartel general».
Nada más recibir la información de Gordon, Wellington se giró hacia Freiherr von Müffling, el oficial prusiano adjunto al Cuartel General Aliado, para preguntarle por qué no se le había informado de estos hechos. Justo entonces, sin embargo, llegó el comandante Friedrich von Massow con un mensaje de los jefes prusianos. Dándose cuenta de que no podía seguir en Quatre Bras bajo pena de quedar aislado, el duque pidió el mapa de Mont Saint Jean, una posición que había inspeccionado anteriormente, e identificado como un buen sitio para llevar a cabo una acción defensiva. Tras estudiar el mapa intensamente, dio órdenes para que el ejército aliado se concentrara en dicho punto, donde estaría alineado con los prusianos, aunque con 13 kilómetros entre ambas fuerzas. Eso les permitiría actuar unidos contra los franceses. Friedrich von Wachholtz, del Cuerpo de Brunswick, recordó la retirada:
El ejército se puso en marcha a las 10, dividiéndose en tres columnas. La primera, bajo el mando de lord Hill, formada por la División inglesa del teniente-general Clinton y la División holandesa del barón Chassé, se movió por Nivelles hacia Braine l´Alleud; la segunda, o columna principal, bajo el mando del mariscal duque de Wellington, compuesta por las divisiones inglesas de los generales Cooke y Picton, y parte de la de Colville, así como la División holandesa del teniente general Perponcher y las tropas del Cuerpo de Brunswick, marchó hacia Waterloo por Genappe; y la tercera, con el resto de la División inglesa de Colville, las brigadas neerlandesas de Stegmann [sic], la denominada Brigada India y la caballería hanoveriana comandada por el coronel von Esdorf [sic], marchó por Nivelles y Hal para cubrir un posible avance enemigo hacia Bruselas por dicha carretera. Esta columna, que tenía unos 18 000 hombres, estaba nominalmente bajo el mando del príncipe Federico de los Países Bajos. La División inglesa del teniente general von Alten y la caballería de lord Uxbridge se quedaron en Quatre Bras para cubrir la retirada. El 2.º y el 3.er batallones ligeros de Brunswick, con dos cañones, ocuparon la aldea de Piermont.
La 1.ª División, que comprendía cuatro batallones de Foot Guards, formaba parte de la fuerza que se quedó en Quatre Bras. Las tropas estuvieron ocupadas recogiendo muertos y heridos, tal y como escribió en su diario el alférez Charles Lake, del 3.º de Foot Guards:
«Sir David Baird y yo encontramos el cuerpo de lord Hay, ayudante de campo de sir Peregrine Maitland, con las botas arrancadas y llevando unas medias azules, a rayas, que seguramente fueron el origen del rumor de que muchos oficiales habían abandonado el baile de la duquesa de Richmond sin haber tenido tiempo para cambiarse las medias de seda. Pero las de lord Hay eran, sin duda, medias para botas. Poco después el coronel Hepburn llegó hasta donde estábamos Baird y yo y preguntó si podíamos darle algo de comer. Resultó que Baird tenía una salchicha de Bolonia en su mochila, todo lo que teníamos entre ambos cuando se nos ordenó formar y tomar posiciones en Waterloo».
El soldado Matthew Clay, que servía con la compañía ligera del 3.º de Foot Guards, nos da algo más de información:
«Todos los que encontramos con vida fueron reunidos, y utilizando las mantas de los muertos se les hizo una especie de cama bajo la sombra de los árboles del bosque con la esperanza de llevarlos al hospital. Desgraciadamente, algo más tarde el enemigo empezó a avanzar, y de repente fuimos retirados de nuestra posición sin poder darles más asistencia. (Tras haber hablado, posteriormente, con un hombre del 7.º de Húsares, me alegré de saber que era uno de los sargentos que consiguieron salvar a estos heridos subiéndolos a sus monturas).
Nos abrimos paso por el bosque y, habiendo entrado en un cercado que se hallaba en el lado opuesto de un trigal, repentinamente se presentó un ayudante de campo para informar al oficial al mando de que nos acercábamos a las líneas enemigas, escondidas tras un seto lejano. Apretamos el paso inmediatamente, hasta que alcanzamos el lateral del bosque, y seguimos moviéndonos con rapidez hasta que estuvimos mejor ocultos del enemigo. Pronto entramos en una senda estrecha y bastante profunda, donde encontramos un grupo de dragones ligeros ingleses que iban en busca de los heridos, y tal y como me ha contado recientemente uno de ellos, tuvieron éxito en sacarlos del lugar descrito».
Los combates de Genappe
La carretera al sur de Genappe quedó tan congestionada que varios batallones de infantería recibieron la orden de marchar por los campos adyacentes. A las 4.00 horas todo lo que quedaba del ejército aliado eran varios regimientos de caballería estacionados en las alturas al norte del pueblo y la retaguardia, bajo el mando del teniente general Henry Paget, conde de Uxbridge. El teniente Standish O’Grady, del 7.º Regimiento de Dragones Ligeros (húsares) describió la escaramuza que tuvo lugar entonces:
«El ejército se puso en marcha mientras tomábamos medidas para protegerlo lo mejor posible. Bajo mi mando estaban los escaramuzadores; los pobres Hoodge y Elphinstone estaban por delante de mí. En el momento en que se dieron cuenta de que nos retirábamos, los franceses dieron tres vivas y avanzaron contra nosotros con fuerza. Dándonos cuenta de lo peligrosa y difícil que era nuestra misión, cada oficial y soldado se esforzó al máximo para estar a la altura del honor y de la reputación del Regimiento. Disputamos cada pulgada de terreno hasta las cinco de la tarde, cuando el enemigo retiró sus escaramuzadores y pareció determinado a aprovechar que debíamos pasar por Genappe para atacarnos, pues cualquier tipo de estrechamiento es una ventaja para los perseguidores, ya que los perseguidos deben cruzarlo al galope. Luchamos hasta que el regimiento hubo cruzado el pueblo, y como para entonces el grueso del enemigo, de 14 a 20 escuadrones, se nos echaba encima, nos vimos obligados a galopar, reuniéndonos con los nuestros al otro lado de la localidad sin haber perdido un solo hombre ni caballo».
Los franceses avanzaron desde Quatre Bras por ambos lados del camino. La vanguardia la formaban, a la izquierda, la 1.ª División de caballería, comandada por el barón Charles-Claude Jacquinot, y a la derecha la 5.ª División de caballería del barón Jacques-Gervais Subervie. Tras ellos venía el emperador, con sus escuadrones de escolta, dos baterías de artillería a caballo de la Guardia Imperial y los coraceros del IV Cuerpo de caballería de reserva del conde Milhaud. Cuando la caballería del ala derecha se acercó al desfiladero al sur del pueblo, la 1.ª Brigada de Lanceros giró hacia la carretera y el coronel Jean-Baptiste Sourd lideró al 2.º Regimiento de Chevau-Légers-Lanciers hacia el interior de Genappe. El capitán Thomas Wildman, uno de los ayudas de campo del conde de Uxbridge, resumió el encuentro que se produjo:
«Tuvimos con ellos una escaramuza que duró hasta que pasamos más allá de Gemappe [sic], momento en el que vinieron con tanta fuerza que se consideró necesario cargar contra ellos. La misión recayó sobre el 7.º, y el comandante Hodge avanzó con sus escuadrones y otros dos. Los lanceros, sin embargo, estaban tan encajados en la calle de Gemappe y la columna que venía tras ellos era tan larga que se vieron obligados a aguantar lo que viniera y nuestro escuadrón, incapaz de hacer nada, fue repelido y, mientras se estaba retirando, perseguido, de modo que algunos hombres fueron muertos y heridos. El comandante Hodge, Elphinstone y Myers, así como John Wildman y Peters, fueron hechos prisioneros y despojados de sus pellizas y de su dinero, pero justo en ese momento el 1.º de Life Guards ejecutó una carga muy valiente y expulsó a los lanceros en plena confusión, con lo que ambos jóvenes consiguieron escapar».
El coronel Sourd había ordenado a sus lanceros que avanzaran y mientras trotaban por la carretera adoquinada utilizando las casas de ambos lados para cubrir sus flancos, su frente mostraba una impenetrable fila de lanzas. El 7.º de Húsares cargó con gran valor, pero el ataque fue repelido. Durante la lucha, el comandante Hodge fue herido de muerte y los británicos sufrieron graves bajas. Los franceses persiguieron a sus derrotados enemigos más allá de los límites del pueblo, siendo observados desde las alturas por el conde de Uxbridge, jefe de la caballería aliada, quien de inmediato ordenó al 1.º de Life Guards que cargara. Con el capitán Edward Kelly a la cabeza, las tropas de la Guardia Real galoparon ladera abajo y entraron en combate con los lanceros, formados en una columna cerrada, expulsándolos en plena confusión hasta la linde de Genappe. El barón Constant-Rebècque fue testigo de los combates:
«Llegué hasta Vieux-Genappe y hasta Genappe, donde me uní a la caballería que cubría nuestra retaguardia, que seguía defendiendo el paso del Dyle dentro de la localidad. La caballería enemiga nos había perseguido, pero sin presionar demasiado. Aun así, lord Uxbridge aprovechó la ocasión para ejecutar una magnífica carga con la caballería de la Guardia Real, justo en el momento en que el enemigo salía de Genappe. Me uní a la columna de infantería y llegue a la meseta de Mont Saint Jean, donde encontré al coronel DeLancey sentado en el suelo con un gran mapa frente a él que mostraba la posición».
A partir de este momento, los franceses avanzaron con más cautela. La vanguardia se limitó a intercambiar fuego de artillería mientras la retaguardia aliada se unía al resto del ejército, que había comenzado a desplegarse en las posiciones designadas sobre las alturas de Mont Saint Jean. El subteniente Hendrik Holle, del 6.º Batallón de la milicia holandesa, resumió la situación:
«Durante la tarde del 17 nuestra División fue reclamada, tomamos las armas y empezamos la retirada, que se detuvo en Braine la Leud [sic]. Habiendo tomado posiciones en las alturas más allá de dicho lugar, pudimos ver con claridad los combates allá a lo lejos, y el modo en que la caballería enemiga se enfrentó a la nuestra. Era hermoso ver toda nuestra caballería, así como la francesa, moverse una hacia otra en columnas cerradas, escaramuzando en ambos flancos sin el apoyo de la artillería. Los nuestros fueron reforzados por algunos regimientos ingleses, el cañoneo se redujo y el enemigo pareció retirarse».
Otro de los que llegó a las alturas fue el teniente Carl von Berckefeldt, que estaba con el Batallón de Landwehr de Münden:
«Cuando alcanzamos la cresta de Belle Alliance, la 4.ª Brigada recibió la orden de ir a la carretera y marchar a Plancenoit en línea de columnas, y cuando la 5.ª Brigada hannoveriana llegó al mismo lugar, se posicionó a junto a ella. Los hombres recibieron permiso para descansar y se enviaron destacamentos a Plancenoit para recoger agua, pero volvieron enseguida porque la caballería francesa, que se estaba acercando, había enviado exploradores hacia el pueblo. De hecho, los franceses tomaron prisioneros a algunos de los hombres de la brigada, incluyendo a dos del Batallón de Landwehr de Münden. El agobiante calor de la jornada tuvo como resultado la formación de nubes de tormenta, que descargaron con fuerza en torno a las 3 de la tarde, encharcando los campos de tal modo que dejó de ser posible pasar por ellos. Los hombres que carecían de ropa adecuada sufrieron terriblemente».
La tormenta del día 17
Había sido un día desesperantemente caluroso y las tropas de ambos bandos habían sufrido sus efectos, pero entonces se abrieron los cielos y comenzó un diluvio torrencial. Mientras ambas fuerzas se desplegaban en los altos de Mont Saint Jean y Trimotiau, el tronar de los cañones se vio acompañado por los ocasionales fogonazos de los rayos. El suelo se estremecía y el oscuro cielo se llenó de brillantes destellos. El alférez Heinrich von Gagern, del 2.º Batallón del 1.er Regimiento de Nassau-Usingen, describió las adversidades que tuvo que sufrir durante el transcurso de la jornada:
«Primeramente, durante el 17 tuve que andar durante todo el trayecto, porque había tenido que dejar mi caballo negro, que habitualmente siempre está conmigo, con el regimiento, cuando avanzamos en línea de escaramuza. Completé la marcha a pie sin haber tenido nada que comer, salvo pan duro, durante dos días. En segundo lugar, me sentí mal por la mañana; y finalmente, hizo un calor aplastante y estaba empapado en sudor. A las tres de la tarde comenzó un aguacero terrible. Estábamos húmedos a causa del calor excesivo, y ahora nos empapaba la lluvia. Al principio me puse el capote, pero se volvió tan pesado que ya no podía cargar con él, así que se lo di a un soldado para que lo llevara y avancé tambaleándome por el barrizal. La lluvia se calmó un poco, pero seguía cuando llegamos. Durante el camino había cortado un trozo de un cerdo que había sido sacrificado por los soldados, y estaba deseando comerlo, pero apenas habíamos llegado a nuestra posición cuando el ruido de los disparos se acercó a nosotros y, finalmente, las balas francesas empezaron a pasar por encima de nuestras cabezas. ¡Que fácilmente podrían habernos dado! También deberían haber tenido la gentileza de esperar hasta que hubiera cocido mi trozo de cerdo, pero no, tuve que sacarlo del caldero y asarlo sobre el fuego, pinchado con un palo, con el fin de prepararlo más rápidamente. Pero tampoco me dejaron terminar, así que tuve que coger un trozo de pan y comerme la carne medio cruda. Fue un gesto muy desagradable por parte de los franceses, habitualmente tan educados».
El auxiliar de cirujano Donald Finlayson, del 33.º de Infantería, recordó las horribles condiciones que prevalecieron durante la noche:
«Nos retiramos durante la mayor parte del día. Nos persiguieron vigorosamente y emplearon sus cañones contra nosotros en medio de las tormentas más fuertes que he visto. En media hora pasamos de recorrer un terreno firme, ideal para la marcha, a hundirnos hasta media pierna. No tengo duda de que Bonaparte debió decir a sus soldados que incluso el propio cielo conspiraba para arruinarnos y ayudaba a echarnos (pues la lluvia golpeaba nuestra espalda) de sus territorios hereditarios. Debió de ordenar a sus artilleros que emularan y secundaran con sus cañones el trueno del dios que se había declarado a su favor, porque le encanta todo lo que es magnífico y sublime y es un gran creyente en las profecías. Sin embargo Wellington estaba ocupado instalándose en las posiciones en las que esperaba hacernos luchar al día siguiente, y creo que nuestra retirada fue un truco del duque para hacerlo luchar, aunque algunos de los regimientos de caballería que cubrieron nuestra retirada sufrieron en el proceso».
La posición aliada seguía el camino de Ohain, y se estiraba desde la localidad de Merbe Braine, en el oeste, hasta el caserío de Papelotte, en el este. Napoleón llegó a las casas de La Belle Alliance, en la cresta opuesta, y mandó hacia delante a los coraceros del conde Édouard Milhaud, junto con la artillería. Sin embargo, el avance de estas tropas se vio contrarrestado por el violento cañoneo de las piezas de artillería aliadas emplazadas en las alturas. El emperador estaba encantado porque sabía que eso significaba que el duque de Wellington no se estaba retirando por el bosque de Soignes aprovechando la oscuridad, tal y como se había temido. En consecuencia, las tropas francesas recibieron la orden de detenerse y vivaquear para pasar la noche. A continuación, Napoleón se retiró a la granja de Le Caillou donde, lleno de confianza en la victoria, esperaría los acontecimientos del día por venir.
Bibliografía
- Chesney, C. (1868): Waterloo Lectures. London.
- Pflugk-Harttung, J. von (1915): Belle Alliance. Berichte und Angaben uber die Beteiligung deutscher Truppen der Armee Wellington’s an dem Gefechte bei Quatre Bras und der Schlacht bei Belle Alliance. Berlin.
- Siborne, W. (1844): History of the war in France and Belgium in 1815; containing minute details of the battles of Quatre Bras, Ligny, Wavre and Waterloo. London.
- Wacker, P. (1998): Das herzoglich-nassauische Militär, 1813-1866. Taunusstein.
John Franklin es un historiador militar profesional que se ha especializado en el periodo napoleónico en general y sobre la campaña de Waterloo en particular. Se graduó en la Universität Bern y es miembro de la International Napoleonic Society. Ha publicado varios libros sobre los ejércitos hanoverianos y holandeses en esta batalla, y actualmente es consultor y director técnico de una producción de la BBC titulada: The Soldier’s Stories.
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